viernes, febrero 20

Cuando conocí a los celos

La primera vez que sentí celos, no sabia que eran celos. Fue una experiencia bastante educativa y singular.
Tenía 9 años, y acababa de conocer a mi primer amor de infancia, un maravilloso ejemplar masculino de 10 años, deportista, gamer, con mala caligrafía y unas espesas pestañas negras de infarto.
Un domingo, su hermano mayor nos vino a buscar para ir a almorzar con ellos, todos juntos. Yo no me podía creer la suerte de volver a verlo, estaba eufórica, pero lo disimulaba por mi madre.
Al llegar, comimos todos juntos en el corredor de su casa, nos sentamos un momento y luego EL fue a reunir algunos amigos para jugar una especie de béisbol con bates caseros y anchos. Todo bien. Hasta que llego una vecina.
Jamas podre olvidar su nombre. EL lo repetía tantas veces por el hecho de llamarla tanto, que el nombre se me acabo grabando en la memoria. Luchi.
Me pare sobre la acera de su casa, totalmente ignorada y opacada por Luchi, quien parecía jugar con tal destreza y rapidez que no parecía una niña de 10 años, y si un niño de 14.
Mientras observaba la unión y complicidad con la que se desenvolvían juntos, una bola del color rojo vivo, mezcla de ira, envidia y rabia, mucha rabia iba creciendo dentro de mi. No fui consciente de los celos primerizos que estaba desarrollando cuando lo que menos esperaba ver se desarrollaba ante mis ojos.
Luchi y EL sentados uno al lado del otro sobre una pequeña cantera de forma redonda que contenía algunas plantas de su madre. Supuse que estaban descansando tras haberse pasado una tarde entera bateando bolitas. Pero, la cercanía entre ambos no era tan necesaria ¿o sí?
Recuerdo que tras haber visto lo suficiente, me aparté del espectáculo y fui donde mi madre, quien conversaba tranquilamente con la madre del susodicho, pues ambas eran muy amigas.
Al despedirnos, lo ignoré totalmente, aun dolida por su extrema amistad deportiva con la magnífica Luchi, y decidí que la frialdad y el olvido serian mi única solución.
Si. Claro. A los 9 años.
En fin, esa breve experiencia, me enseñó, que cuando sentimos celos, sentimos amor, que también es significado de posesión. Lo que a su vez significa que lo que es tuyo, es tuyo. Y nadie tiene porqué acercarse o respirar siquiera cerca de lo que es tuyo.
Lo triste es que, a pesar de todos los sentimientos que albergué por el, EL jamas fue mío. Tal vez, solo en pensamientos imaginarios en donde ambos compartíamos los mismos gustos por el deporte y el se importaba mucho conmigo.

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